viernes, 26 de diciembre de 2008


Arde Capital, y todos gritan. Incluso las cucarachas se esconden de nuestro apocalipsis; "Pero imaginar estas cosas no está bien", sueñan sus mentes de niños de agua, de lapsos de estabilidad estancados en el pasado, recordando (incluso) cuando nada existía, cuando todos reían, y tenían ojos. Y soñaban despiertos despertar por fin, y atravesar una ciudad que diese vida y no basura, y los olores no existieran, la inmundicia se fundiera y sólo alcansase con mover los músculos de cada párpado mediante una acción del corazón y no del razonamiento.
Buenas noches Buenos Aires.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

¡Deslizate!


Si a la memoria quiere volver algún recuerdo, que vuelva. Que vuelva y me mate, porque no quiero recordar, ni quiero volver a recordar, ni quiero volver a vivirte y a tenerte. ¿No me ataques más! ¿No ves que estoy sufriendo? Sos el recuerdo que me vive y me mata cada día, y el día anterior, y el anterior al anterior, y todos los otros. Como si estuviera en el medio del mar, me atrapa me hunde y me ahoga tu voz, tu propia voz. ¿Cómo podés hacerme esto? ¿No te importa? ¿No te interesa? Quizás te importa y te interesa pero no lo ves, ¿O lo ves? ¿O no querés?.
No quiero más el aceite de tus ojos, de tu pelo, de tu piel ni de tu sexo, no de este modo tan vulgar. El aceite me empalaga, y no se mezcla con el agua, ni siquiera si es de mar. De mar, del mar, del mal, del malentendido que está surgiendo a través de tan pocas palabras, muchas miradas y demasiados gestos. ¿Impunes todavía? No llegaría a creerlo ni por un segundo, ni por un octavo de la vigésima parte de un milisegundo. ¿Y qué hay de que te extraño? De que te extraño, te cuento, hay una cantidad por decir. O no tanto por decir, pero que hay una cantidad de eso llamado “extrañar”, seguro que sí. ¿Estás seguro? No te noto seguro, últimamente casi ni te noto. ¿Estás acá? Ahora tampoco puedo verte, ni sentirte, ni tocarte, ni siquiera olerte. ¿Tu perfume dónde está? ¿No está más? ¿Se esfumó? ¿Se acabó? ¿Ya está? ¿Se acabó¿ ¿Se terminó? No era mi intención que esto termine así, te lo juro, te prometo que... Te lo prometo. ¿Me creés? ¿Me entendés? ¿No entendés? ¿No entendés? ¿No querés? ¿Querés? ¿Me querés? ¿No me querés? ¿Me entendés, sí o no? ¡Yo no te entiendo a vos! ¿Me explicás? Yo sí quiero entender, y creer. Ay, y creer que tal vez hubo un tiempo en el que podía amanecer así de cerquita, tan cerquita, tan pero tan cerquita... Y ahora eso está tan lejos, y es además tan difícil. No, no: No me malinterpretes, no es por mí. Es por vos. O no es por vos... No sé si es por vos, o es por mi culpa. O las dos cosas, o ninguna, o no es.
Quiero un espacio ahí adentro. El problema acá, creo yo, es que no me gusta compartir, ni estar apretada por ninguna razón, ya sea porque es poco el espacio o porque es grande pero ya ocupado. Quiero ocupar todo tu espacio y respirar el mismo aire, quiero adentrarme y respirarte a vos sin necesidad de toxicidad de por medio, ni de rumores, ni de secretos, ni de terceros, ni de susurros. Bueno, en realidad, susurros puede ser. De hecho, sí, me gustarían un par de palabritas al oído, sólo nuestras, ¿Puede ser eso? ¿Es posible, es eso posible? Quiero posibilidades y probabilidades. No, no hablo de exactitud, hablo de algo sin nombre, ya que vos preferís que nada tenga nombre. No te gusta que las cosas tengan un nombre, ¿No? ¿Y cómo harías para decir “mesa” si la mesa no tuviera un nombre? ¿Cómo harías? No te gustan que las cosas tengan nombre, quién sabrá por qué. ¿Acaso no te gusta tu nombre? ¿Mi nombre? ¿Tengo un nombre para vos? ¿Existo? ¿Estoy ahí? ¿Estás ahí? Hola, ¿Estás ahí? Sí, te estoy hablando a vos, ¡A quién más, sino! Me podés responder. ¿Me podés responder? ¿Me querés responder? ¿Estás ahí? ¿Me querés responder? ¿Me querés? ¿Me querés explicar? ¿Me explicás? ¡Explicame, no entiendo! Dale, explicame, ¿Sí? ¿No? ¿Blanco? ¿Negro? ¿Té? ¿Café? ¿Con azúcar o amargo? Los prefiero dulces yo, gracias por preguntar igual.

Ciénagas


Duele unirse sin querer, o queriendo mucho sin ser querida. Duele sentirse así, y no poder evitarlo ni cambiarlo. Duelen los estanques.
Veo el agua tan pacífica y veo cómo una piedrita que arrojo lo perturba por completo, , sin poder comprenderlo. Duele verte pasar notando que ni desviás la mirada. Duele no verte caminando ni riendo, sólo cambiando. De color, de textura: Tu perfume nunca cambia aunque se haya ido. Tus ojos se mantienen, pero ya no puedo sentirlos descansando al lado mío, ni tocando mis delirios. Tu estado y tu posición se mantienen alejados. Uno, dos, siete treinta y dos. Las horas. Mis horas. Siguen, y yo sigo contando. Mil, más de mil.
Sigo viendo. Dejo de ver, sólo te miro.
Quiere entenderte, y detesto la lejanía, la vejez y el olvido que no llega. Nunca llega. Nunca se va al vacío. Nunca se va el vacío. Vacío mi corazón.
Conozco la penumbra y cada sombra. De tu cuerpo no hay nada que yo ya no conozca. Te veo y reconozco tus pestañas refinadas y tu sed de más y más, que resta el amor que nunca me diste, ni hubo ni existió, ni pudo haberlo hecho. Amor prohibido por el sepulcro. Por mi entierro y mi pared de ladrillos construida de pedazos de pasado.
Siento tu presencia y siento... Tus manos tocándome: Nunca hubo cielo mejor, ni tan lejano, ni tan vacío, tan lleno de nada.
Tus silencios me completan, tu hastío me vacía, tu tacto es la red, tu presencia es la caída, y tus palabras son la energía para dar el salto desde el borde del precipicio al ser tan falsas y lejanas.
Extraño tus palabras y lo que nunca fue mío.
Desde esas comisuras entiendo mi pasado y reflexiono: Veo el estanque dentro de mí, con orillas de arena. Desnuda y descalza penetro en él, sólo para refrescarme. Quiero buscar la piedrita que arrojé quizás en un arrebato de inconciencia y destruirla, pero despierto de la parálisis al estanque, sus bordes se alejan y me cubren sus manchas de sangre galopante, hundiendo todas mis ambigüedades hasta sumergir también mi cuerpo en él.
¡Me ahogo, me ahogo! Me ahogo en tu superficie brutal, y también en tu profundidad.

martes, 23 de diciembre de 2008

Arañas

Pero estoy sola, sin manos que me sostengan, ni redes que me salven. Estoy sola junto a un abismo infinito de dudas, de temores, de recuerdos. Recuerdos que me recuerdan quién fui, quién soy. Que me advierten que no puedo volver a caer por más que no haya nadie que me sostenga. Recuerdos que me dicen que de cualquier manera tengo que poder, que me dicen que si caigo nadie va a poder levantarme, y sé que sola no voy a intentarlo. Analícenme si quieren, me importa poco en este momento. Lo que suceda a partir de ahora me importa muy poco. El vacío que habita en mí no se puede llenar de cualquier forma. Tengo miedo. Temo resbalar y que no haya nadie, alguien, detrás, para ayudarme, para salvar lo (poco) que queda de mí. Y aun así... Sé que nadie puede hacerlo. Quien me sostenga, caerá conmigo. Una y otra vez, y así infinitamente. Nadie debe caer conmigo. Caeré sola, como siempre lo hice, como siempre debió ser.
No hay de qué preocuparse, no. No elijo yo el final, sólo me resigno. Me resigno a dejarme morir como siempre lo he hecho, pero sintiendo cosas más reales que opacan ciertas otras, y sabiendo que hoy yo decido. Decido dónde quedarme, pero no por cuánto tiempo. Decido a quién tener cerca, pero no cuándo perderlo. Es impotencia, y se llama soledad.
Y a quienes trataron y no pudieron, les pido unas sinceras y tristes disculpas, les entrego hoy mi amor diciendo adiós.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Nada nos hiere tanto

Hoy siento un gran vacío dentro de mí. Y sé exactamente por qué es: la realidad duele. Decidí sentarme a escribir porque pensaba dedicarle un largo texto a mi abuela, ya que me dijo que estaba apenada porque se le habían borrado todos sus archivos "importantes" (escrituras mías). 11:21 pm, primera muestra de afecto real en todo el día. Al darme cuenta, hubo un cambio de planes.
Vivo una vida de aristócrata, pretendiendo ser algo que claramente no soy, de lo cual no tengo ni idea. Quiero decir, jamás entendí otra cosa que no sea mi entorno, y mi entorno tira para arriba. Me gustaría saber; entender, tener cultura, pero no la tengo y, dada mi experiencia y el camino que sigo, tampoco voy a tenerla. Aprendí a convivir con personas de baja formación ética de entre las cuales me incluyo y, además, aprendí a pretender que eso mismo no existe. Desde el primer momento supe en lo que me metía, ya que yo lo elegí. Personas que se conocen de antes y se saludan como si fuese la primera vez, o directamente no lo hacen, se ignoran pretendiendo tener la vista fija en una pintura acrílica, imitación de un gran artista. Es difícil escribir cuando sos consciente de que alguien cercano espera leerlo y espera de vos una obra maestra, una mención, un elogio. Y bien, todo menos eso. ¿No?
A veces me pregunto si es igual la culpabilidad tanto del asesino como del cómplice. Creo que muy pocas veces encontré una respuesta satisfactoria a mi cuestionamiento; claro que ninguna logró sostener su postura de veridicción por mucho tiempo, ya que sino no lo estaría mencionando de este modo. Ahora bien, alguien en alguna parte tenía que que llegar a alguna conclusión que hiciese historia: la condena, ya sea física o mental, es repartida en igual grado para ambos.
La soledad es un precio duro de pagar.