domingo, 14 de septiembre de 2008

Nada nos hiere tanto

Hoy siento un gran vacío dentro de mí. Y sé exactamente por qué es: la realidad duele. Decidí sentarme a escribir porque pensaba dedicarle un largo texto a mi abuela, ya que me dijo que estaba apenada porque se le habían borrado todos sus archivos "importantes" (escrituras mías). 11:21 pm, primera muestra de afecto real en todo el día. Al darme cuenta, hubo un cambio de planes.
Vivo una vida de aristócrata, pretendiendo ser algo que claramente no soy, de lo cual no tengo ni idea. Quiero decir, jamás entendí otra cosa que no sea mi entorno, y mi entorno tira para arriba. Me gustaría saber; entender, tener cultura, pero no la tengo y, dada mi experiencia y el camino que sigo, tampoco voy a tenerla. Aprendí a convivir con personas de baja formación ética de entre las cuales me incluyo y, además, aprendí a pretender que eso mismo no existe. Desde el primer momento supe en lo que me metía, ya que yo lo elegí. Personas que se conocen de antes y se saludan como si fuese la primera vez, o directamente no lo hacen, se ignoran pretendiendo tener la vista fija en una pintura acrílica, imitación de un gran artista. Es difícil escribir cuando sos consciente de que alguien cercano espera leerlo y espera de vos una obra maestra, una mención, un elogio. Y bien, todo menos eso. ¿No?
A veces me pregunto si es igual la culpabilidad tanto del asesino como del cómplice. Creo que muy pocas veces encontré una respuesta satisfactoria a mi cuestionamiento; claro que ninguna logró sostener su postura de veridicción por mucho tiempo, ya que sino no lo estaría mencionando de este modo. Ahora bien, alguien en alguna parte tenía que que llegar a alguna conclusión que hiciese historia: la condena, ya sea física o mental, es repartida en igual grado para ambos.
La soledad es un precio duro de pagar.